Tío Américo

 

Entre las tantas peculiares personalidades de los borrellanos sobresale aquella de Américo Beviglia, primo de mamá. Naturalmente no pretendo hablar del personaje “Embajador de Borrello” vinculado a las más variadas instituciones del Reino y de la República, benefactor de tantos parientes (me incluyo), amigos y coterráneos, sino recordar una simpática anécdota que refleja su natural y agudo ingenio.
En los albores de los años treinta era costumbre de los veraneantes hacer, antes de la cena, un paseo hasta las “cuatro ricotas”. El agrupamiento se formaba delante de la casa del abuelo. Habitualmente participaban además de mis tíos Umberto y Diomede, Nino (Memmo) y Tizano (Grilli), los Beviglia, Antonino D’Iorio, Scipione, Mario, el ... gran cazador Tito y otros más que se encontraban a lo largo de la calle, como, muchos años después el párroco Don Oliviero Fiocca.
Para hacer compañía al abuelo quedaba su amigo don Ciccio. Una tarde mientras se formaba la comitiva, Américo mientras hacía un guiño a los acompañantes, se dirige a los dos viejitos (mi abuelo había nacido en 1854) así: “Para sanear el presupuesto y resolver el problema de las jubilaciones, bastaría con reunir los beneficiarios de las más altas y que ya han gozado en exceso de las mismas, embarcarlos en un lujoso barco ornamentado para fiesta y en alta mar, hundirlos suavemente entre cantos, sonidos de trompetas y lanzamiento de flores”.
Han transcurrido setenta años y todavía las jubilaciones son temas frecuentes de conversación.

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